"Uno, dos, tres, cuatro", Javier Álvarez

Nunca he ocultado mi rechazo hacia la vida militar, no me gustan ni las armas ni las guerras, y creo que se invierte demasiado dinero en artilugios para matar cuando podría ser gastado en cosas mucho más beneficiosas para todos. Odio los desfiles militares y los saludos con la mano en la frente, y crecí temiendo a la mili, como la mayoría de niños de mi edad. Tenía miedo de que llegara ese año en el que, obligado a dejarlo todo, me forzarían a aprender a ser un soldado, y pasé la infancia y parte de la adolescencia planeando como librarme de ella. Afortunadamente, para cuando llegó mi momento ya no era obligatorio el campamento del miedo, libré por los pelos, pero libré, que es lo importante. Cuando Javier Álvarez publicó su primer disco yo apenas tenía diez años, pero puedo recordar perfectamente cuando Piel de pantera sonaba en los 40 Principales, y un viejo cassette que el hermano mayor de un amigo me grabó con las canciones que lo componían. Con diez años era difícil comprender la verdad que escondían las letras del cantautor, pero sus canciones crecieron a la par que yo, y se convirtieron en bandera de ésa época de tu vida en la que empiezas a ser consciente de la cruda (léase puta) realidad que te rodea. Si Blowin´in the wind, Al vent o A galopar entre otras marcaron a generaciones anteriores a la mía, descubrí cómo Javier Álvarez cantaba a los miedos que yo tenía, y era el altavoz a los muchos y muy confusos pensamientos que nublaban mi cabeza por aquel entonces. La canción que más me influyó, y la que hoy en día sigue emocionándome era Uno, dos, tres, cuatro, una de las más importantes de mi vida sin duda, y que quería compartir con vosotros dos días antes del desfile militar que se celebrará en Zaragoza el domingo. Afortunadamente, cada vez son menos, o eso espero. Y es que a mí, las batallitas de la mili nunca me hicieron gracia...